El prestigioso realizador de documentales lituano AUDRIUS STONYS, destacado representante de la escuela postsoviética, fue nuestro invitado en la pasada edición del festival. En esta ocasión nos da la bienvenida a Play-Doc 2010.
El cine llegó a mi vida a una edad muy temprana. Me recuerdo de niño, sentado en el cine de una pequeña ciudad lituana. Mis amigos están sentados junto a mí, oliendo a paja y a caramelos soviéticos baratos.
Las luces del techo se apagan lentamente, se escucha el zumbido del proyector al encenderse y durante unos segundos, todos quedamos envueltos por la oscuridad y el silencio. En unos instantes se iluminará la pantalla.
Me hubiera gustado que esos segundos durasen tanto como fuera posible. En el silencio y la oscuridad tras las cuales todo puede suceder.
La expectación une a la audiencia. Todos parecen contener la respiración, incluso esos jóvenes ruidosos que poco después estarán arrojando comentarios y envoltorios de golosinas a la luz del proyector.
¿Queda lugar para el silencio en esta era de luz, información y movimiento?
A menudo se asocia equivocadamente el silencio con el vacío. Pero es del silencio de donde surge el pensamiento. Con frecuencia echamos mano de conversaciones sin sentido, torrentes de información y ruido innecesario para disfrazar el vacío que nos invade.
La capacidad de pararse a reflexionar sobre la realidad a través de la imagen se está convirtiendo en uno de los mayores retos del cine documental contemporáneo.
Al ver la película muda de los hermanos Lumière ‘Repas de bébé’ los espectadores de aquella época, puros y vírgenes en un sentido cinematográfico, se maravillaban ante el temblor de las hojas de los árboles en segundo plano.
¿Hemos sido capaces, en cien años de cine, de capturar algo más bello que esas hojas de árbol que han perdurado cien años?
Venero el silencio. Ese silencio que está lleno de poesía, expectación y colores.
Ese silencio que, tras desembarazarse del peso del flujo informativo, te toma de la mano y te guía por el mundo de los matices y del espacio infinito.
En la pasada edición de Play-Doc, por primera vez vi la película de Bogdan Dziworski Kilka Opowiesci o Czlowieku, de la cual me había hablado hacía veinte años, en mi época de estudiante, mi profesor y gran realizador de documentales Henrikas Sablevicius.
Aquella noche, después de veinte años, la película sin diálogos del realizador polaco se convirtió en el espacio de encuentro para mí y mi profesor, a pesar de que Henrikas Sablevicius había fallecido hacía ya seis años.
El cine documental no solo detiene el tiempo y lo refleja, sino que nos devuelve lo que el tiempo, aparentemente de manera irreversible, nos ha arrebatado.
Mientras estaba sentado en esa sala de cine de Tui, en España, a miles de kilómetros de mi hogar, esperando a que comenzase la película, sentí como si regresara de nuevo a aquel cine de mi infancia.
Por supuesto nadie tiraba envoltorios de caramelos a la luz del proyector ni tampoco olía a chucherías soviéticas baratas, pero me pareció estar sentado, codo con codo, con mis amigos de la infancia, todos respirando al unísono.
La oscuridad pronto desaparecerá, y se iluminará la pantalla en la que todo puede suceder.

Audrius Stonys